Lic Marisol De La Cruz De León
Fundación Verdees Trabajando Por La Vida,
La práctica de etiquetar a los niños y adolescentes en el entorno escolar, ya sea por sus habilidades, comportamientos o características personales, es un fenómeno común que tiene profundas implicaciones tanto a nivel individual como social. Estas etiquetas, que van desde “el inteligente” o “el problema” hasta “el tímido” o “el rebelde”, pueden originarse de las percepciones de maestros, compañeros o incluso de los mismos padres. Sin embargo, estas clasificaciones pueden tener un impacto significativo en el desarrollo emocional, social y académico de los estudiantes.
Causas del etiquetado en la escuela
Estereotipos y prejuicios sociales: Las percepciones preconcebidas sobre género, raza, condición económica o habilidades académicas suelen influir en cómo se etiqueta a los estudiantes. Por ejemplo, un niño de una familia de bajos recursos puede ser visto como «desmotivado» debido a prejuicios sociales.
Falta de formación docente: En algunos casos, los maestros carecen de herramientas pedagógicas para comprender la diversidad de habilidades y comportamientos en el aula, lo que los lleva a simplificar o generalizar las características de los estudiantes.
Presión académica y social: En ambientes escolares competitivos, los estudiantes tienden a ser categorizados según su rendimiento académico o su comportamiento. Esto crea etiquetas como “el genio” o “el flojo”.
Comparaciones y expectativas familiares: Los padres, muchas veces de manera inconsciente, comparan a sus hijos con otros, reforzando etiquetas que se trasladan al entorno escolar.
Consecuencias del etiquetado en los niños y adolescentes
Efecto Pigmalión: Las expectativas que los maestros o compañeros tienen sobre un estudiante tienden a influir en su rendimiento. Por ejemplo, etiquetar a un estudiante como “problemático” puede hacer que se comporte de manera acorde, al sentirse estigmatizado.
Baja autoestima: Las etiquetas negativas pueden afectar la percepción que los estudiantes tienen de sí mismos, generando inseguridades y desmotivación en el ámbito académico y personal.
Limitación del potencial: Las etiquetas positivas, aunque aparenten ser beneficiosas, también pueden ser restrictivas. Un estudiante etiquetado como “el inteligente” puede sentir una presión constante por cumplir con esa expectativa, evitando tomar riesgos o explorar nuevas áreas por miedo a fracasar.
Impacto en las relaciones sociales: Las etiquetas pueden influir en la forma en que los compañeros perciben e interactúan con los estudiantes. Un niño etiquetado como “tímido” podría ser excluido de actividades grupales, reforzando su aislamiento social.
Efectos a largo plazo: Estas categorizaciones pueden perpetuarse a lo largo de la vida, afectando la forma en que los individuos se ven a sí mismos y cómo enfrentan los desafíos en su vida adulta.
Alternativas al etiquetado
Fomentar una mentalidad de crecimiento: En lugar de clasificar a los estudiantes, es importante reforzar la idea de que las habilidades y el comportamiento pueden desarrollarse con esfuerzo y apoyo.
Formación docente: Capacitar a los maestros para que comprendan la diversidad en el aula y utilicen enfoques inclusivos y libres de prejuicios.
Promover la empatía y el respeto: Enseñar a los estudiantes a valorar las diferencias individuales y evitar las etiquetas.
Comunicación abierta: Fomentar el diálogo entre padres, maestros y estudiantes para identificar y abordar posibles problemas sin recurrir a estigmatizaciones.
En conclusión, aunque el etiquetado en la escuela puede parecer inofensivo o incluso útil en algunos casos, sus efectos suelen ser más perjudiciales que beneficiosos. Es fundamental promover un enfoque educativo que valore la individualidad y fomente el desarrollo integral de cada estudiante sin recurrir a categorizaciones que limiten su potencial.